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Performances
intermedia de Concha Jerez y José Iges
Gloria Picazo Uno de los aspectos
más significativos que ha caracterizado la performance desde que
durante la década de los setenta empezara a ser considerada como
un medio más de expresión artística, ha sido
precisamente el intento por parte de artistas y críticos de
tratar de concretar una definición que pudiera expresar su
complejidad. Sin embargo, dos aspectos se han impuesto a lo largo de
todo el siglo XX desde aquellos intentos iniciales propiciados por
futuristas y dadaístas. En primer lugar, la necesidad de
incorporar la experiencia vital, el momento vivido, el tiempo que
transcurre, en el propio discurso artístico y en segundo lugar,
y como consecuencia de lo anterior, la participación obligada de
un público que hasta ese momento había podido acercarse a
la obra de arte sin ser cuestionado directamente por el propio artista.
Concha Jerez realizó sus primeros trabajos de arte corporal en
1984 y aún hoy sigue insistiendo en este lenguaje
artístico, y que ha hecho evolucionar desde las acciones,
performances y ceremoniales, hasta sus actuales performances intermedia
y sus conciertos intermedia, realizados en colaboración con
José Iges desde 1990.
Sus trabajos conjuntos desarrollados a lo largo de la última década, en el ámbito de la performance, han servido para poner en común, sobre un espacio único y ante un tiempo delimitado, algunos de los aspectos que configuran sus respectivas trayectorias artísticas: Concha Jerez desde el ámbito de las artes visuales y José Iges desde la música y el arte sonoro. Elaborando proyectos comunes, defienden sin embargo la libertad de entender la performance desde puntos de vista diferentes para ofrecer dos vías paralelas que convergen en un espacio único donde lo visual y lo sonoro enmarcan una determinada situación espacio-temporal en la que se desarrollará la performance. Concha Jerez se refiere a sus performances como una serie de acciones individuales, realizadas con gestos mecánicos, hieráticos, estrechamente relacionadas con sus piezas e instalaciones y que casi podríamos asegurar vienen a ser la puesta ante el espectador del propio proceso de concepción de su obra. En definitiva, para ella se trata de un acto de ser que se distancia totalmente de lo que podemos entender como una acción teatral, que es en cambio la posición que defiende José Iges y que se fundamenta en un acto de representación. Idea un personaje y lo interpreta. Se representa a sí mismo en tanto que autor, como por ejemplo en Nick en La Habana (Barcelona, 1995) en la que aparecía disfrazado de emigrante vistiendo una irónica gorra. En consecuencia, sus aportaciones al conjunto de la propuesta suelen ser más teatrales, textuales, casi patafísicas, como él mismo insinúa, y se convierten en algo parecido a un acto de prestidigitación con los medios tecnológicos, que cada vez han ido adquiriendo mayor relevancia en la concepción de sus trabajos. Por todo ello, Concha Jerez se ha nutrido de la experiencia de Fluxus y de la intensa actividad desarrollada en la década de los setenta por todos aquellos artistas que practicaron el arte corporal, mientras que José Iges ha ido fundamentando sus principios relativos a la performance en la literatura y en el teatro. Para ella, la performance se va construyendo a base de tareas que debe realizar ante el público, con un esquema prefijado pero sin unas pautas temporales demasiado estrictas. Asimismo, sus performances intermedia difieren substancialmente de sus conciertos intermedia; en éstos, existe una partitura y unos intérpretes que pueden ser ellos mismos, pero también pueden contar con la colaboración de otros músicos; o bien, en última instancia, también podría suceder que fueran otros sus posibles intérpretes.
Retomando uno de los aspectos cruciales en el arte de la performance
como es la presencia de un público, que a menudo duda entre si
debe reaccionar como si estuviera ante un espectáculo teatral o
si por el contrario debe manifestar cierto distanciamiento como si se
tratara de la visita a una exposición, Concha Jerez indica no
sentirse preocupada por esta presencia. La artista trata de crear una
fuerte tensión entre ella y las acciones que lleva a cabo con
sus objetos, y que muy a menudo se sitúan en el propio contexto
de sus instalaciones, como en el caso, por ejemplo, de la performance
The Scenary (Colonia 1999) que tuvo lugar en el marco de su
exposición Shadows of the Scenary en la Galerie
Schüppenhauer. En su caso se trata de poner al alcance del
público una serie de acciones, que ella misma tilda de ritos,
que intervienen en el proceso de realización de una obra y de
los cuales antes sólo se mostraba el resultado final, como la
acción de quemar una serie de papeles para recogerlos en
recipientes de cristal y situarlos en sus instalaciones. Sin embargo,
la artista confirma experimentar una gran soledad en el decurso de sus
performances y en consecuencia la actitud que adopta es la de recogerse
y auto-protegerse, porque en definitiva lo que está haciendo es
exponerse ella misma. El resultado de todo ello implica que Concha
Jerez se sitúa ante el público con absoluto
distanciamiento. Y en esta actitud coincide con José Iges,
aunque él rechaza cualquier idea de ritual y aboga por una
utilización del público, que comporte la sensación
de que el performer esté muy próximo a él, pero en
realidad lo que ocurre es que con sus acciones, con sus lecturas,
está tratando de establecer un gran abismo para distanciarse de
él.
Estas acciones encadenadas que conducirán a la
realización de una performance suelen tener lugar, como ya hemos
señalado, en el contexto de una instalación de Concha
Jerez o bien en un espacio pensado específicamente para ella, y
en este último caso, lo que prevalece es más la necesidad
de crear una situación, una determinada circunstancia, que un
espacio físico definido artísticamente por una serie de
elementos y para ello el sonido se convierte en un recurso inmejorable
para acoger y dar unidad a la narratividad previamente establecida por
los artistas.
Uno de los aspectos fundamentales que rigen cualquier performance es la
introducción del factor tiempo como un componente primordial
que, no sólo ayudará a establecer el desarrollo de la
misma, sino que al mismo tiempo será crucial para la respuesta
del público, quien, como ya apuntábamos, se ve forzado a
seguir unas determinadas pautas de comportamiento, que normalmente no
debe seguir ante otro tipo de manifestación dentro de las artes
visuales. Muchos artistas han señalado que su interés por
la performance viene motivado por el hecho de poder compartir un tiempo
determinado con el espectador y porque todo sucede en tiempo real. Este
hecho significativo ha supuesto que en la actualidad algunos conceptos
básicos de la performance sean revisados y retomados por parte
de aquellos artistas jóvenes interesados en impulsar lo que ha
venido en llamarse una estética relacional, una estética
del acontecimiento, para lo cual un fragmento de realidad pasa a
convertirse en una experiencia estética gracias al papel que
ejerce el artista como mediador. Pero también ha contribuido a
esta revisión la incorporación de las nuevas
tecnologías, desde el vídeo al net-art, que favorecen que
representación y temporalización se estén
convirtiendo en factores inseparables.
La acidez y la carga crítica con que son mostrados algunos
discursos sociales y políticos en el planteamientos de sus
performances revelan igualmente la necesidad de recurrir a objetos y
acciones cargados de grandes dosis de ironía. Objetos como esas
Barbies descuartizadas que Concha Jerez coloca en un recipiente para
removerlas como si de una ensalada se tratara y acciones como la
supuesta actitud respetuosa que ambos adoptan cuando empiezan a sonar
los distintos himnos nacionales. |