. Terre Di Nessuno
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Notas al margen de un trabajo radiofónico

René Farabet

Desechos de bazar con mucho oropel de multimedia; por ahí crepita un viejo aparato de radio. De él se escapa un zumbido como de abejas en vuelo, una horda de sonidos zigzagueantes que invaden el espacio, lo surcan, lo deforman, se precipitan hacia los rincones, se golpean contra los muros como si fueran diques, rascan el fondo de los armarios haciendo vibrar los vasos y la porcelana; mi cuarto está hechizado. Me encuentro en territorio ocupado, en situación de alerta. Sumergido en el área sonora, tal vez a punto de ensordecer ¿acaso estoy prisionero? ¿Estoy condenado a retorcerme y consumirme en esta lava que escupe el cráter del altavoz?

En algunos trabajos plásticos, Concha Jerez imagina una pared de vidrio transparente que permite al espectador de fuera verse reflejado y, por lo tanto, incluido en la instalación. ¿No debería también la radio ofrecer una especie de pantalla-espejo invisible que invitase al oyente de formar parte, pero a sabiendas, de la escena sonora y, por consiguiente, de oírse a través de lo que escucha? Esa es la apuesta.

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Volvamos al punto de partida. Un sonido es emitido en un espacio real definido. Es registrado: lleva en sí la huella de la arquitectura en la cual ha sido generado, es moldeado por ella. Hace suyo el lugar, le toma las medidas, hace resonar los volúmenes, los espacios llenos y los huecos, los diferentes niveles, los desenganches, las asperezas: pone al descubierto la estructura. Incluso el estudio profesional, esa tierra de nadie concebida para neutralizar el sonido hasta esterilizarlo, imprime el carácter sonoro, el color.

Así pues, en el trabajo radiofónico pugnan por combinarse una multitud de siluetas espaciales, figuras incompletas, incluso fragmentadas, del mundo, que ensambladas cuentan una historia. Y todo eso en un espacio nuevo, más indefinido, no delimitado, inmaterial (?) como es el de la radio, un espacio que podríamos decir sin límites, a pesar de su paso dentro del perímetro de mi cabina de audición, porque en realidad deambula por mi cabeza, y allí, gobernada por barras de compás y por módulos, la obra se va a encontrar sometida a otras pulsiones. Detrás de la pantalla de mis párpados, planea en lo imaginario. La audición es una ensoñación, una deriva, abre nuevos espacios de resonancia.

¿Qué ha hecho el artista? Se ha apropiado de un espacio concreto. Al entrar él mismo en el juego, ha trastocado el orden, ha efectuado desplazamientos. Mediante su intervención, ha animado un proceso de conocimiento, ha impulsado un movimiento. Al introducir un desequilibrio nos ha empujado a cada uno de nosotros a encontrar nuestro propio lugar. El artista es el primer eslabón en una carrera de relevos, él pasa el testigo. Y el propio oyente se va a convertir también en este artista que se define a través de la obra (cf. Argot).

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Abandonemos la imagen del mueble de salón destinado a difundir conciertos para oyentes en zapatillas. Mientras pasea su pequeño receptor de radio (una linterna sonora) en la Casa de España en París (Labyrinth des Langages), Concha Jerez no propone un simple doblaje miniaturizado de lo que ella escucha en el preciso momento, sino que también nos hace percibir, de manera simultánea, lo que tiene lugar más lejos, al otro lado de los tabiques, en los escenarios, etcétera. Estría el espacio de representación, con una especie de antifonario portátil del que se escapa todo lo que resuena en las múltiples latomías del espectáculo (es el caso de Denys y su oreja en Siracusa). Es decir que nos recuerda, de una manera concreta, que la radio, más que un simple medio especializado en el acarreo de ideas o de mercancías musicales prefabricadas, es un mezclador, un foro sonoro, un lugar de pluralidades, un nodo de convergencias. Esta facultad panauditiva le permite reunir datos dispersos, hacerlos coexistir y, por lo tanto, captar los acontecimientos en su conjunto. Como testigo múltiple, pone en escena, ordena y coordina; su enfoque es global. Al jugar con el espacio compartimentado, ensancha nuestro horizonte.

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Y a pesar de su duración limitada, la obra radiofónica instaura un tiempo elástico donde los estratos se deslizan unos sobre otros, dilatándose o comprimiéndose de vez en cuando, en el cual surgen cascadas de interferencias, tanto en los efectos de superposición como de collage (cada elemento proyecta su sombra sobre el vecino, lo contamina cf. Force in). La obra, de naturaleza compuesta, dispuesta como una red, descubre poco a poco, a través del entrecruzamiento de las líneas, un camino narrativo de trazos. Realidades más o menos distantes se reconcilian a veces, en ocasiones se alzan unas contra otras, formando un encastre o un contrapunto. La radio es el teatro de las desterritorializaciones (adoptando el término de Deleuze y Guattari), de las sustituciones de lugares, de las traslaciones: de las migraciones de nómadas. Geógrafo irrespetuoso, el artista es aquel que tiene la osadía de trazar nuevos mapas.

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(cf. Limites du décor). El artista es aquel que nos obliga constantemente a acomodarnos. Con los desplazamientos que realiza, desencaja estas formas soldadas que se nos ofrecen imperiosamente y a las cuales no oponemos la resistencia necesaria, provoca averías en el desfile de clichés que nos propone la vida, hace surgir el escándalo que está en el centro mismo de la banalidad. El decorado es el nido mullido en el que organizamos nuestro hábitat. Es una muralla que nos protege, a la que confiamos nuestra estabilidad, nuestra permanencia. Y así modela nuestros comportamientos, nos somete a sus reglas. Condiciona la escenografía social, nos sumerge en un mundo formateado, restringe nuestro espacio so pretexto de ofrecernos puntos de referencia. Es el uniforme de la sociedad burguesa. Nos toma como rehenes: es una prisión.

Pero si golpeamos las paredes, suena a hueco: la construcción es de cartón piedra, es una forma hipócrita, teatral, hecha de estuco y aglomerado. Al artista le corresponde denunciar su falsedad, su impostura, hacerla temblar, destruir la ilusión, imaginando situaciones de puerta falsa, de artificiosos muros falsos, claves de transgresión. Por su fluidez, la radio es el agua viva que permite emponzoñar los ríos tranquilos, levantar olas y remolinos en todos los brazos del río donde están estancadas las evidencias inertes. Sucede lo mismo que con los sueños más utópicos, influidos a veces por el decorado y sus imágenes obsesivas. La radio tiene esta facultad de desencadenar al oyente, pues también puede arrastrarlo, absorberlo en la fiesta sonora y desembriagarlo, enviarlo lejos, hacerlo pasar entre y a través (cf. Argot): este balanceo es uno de sus mayores logros.

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(La Ciudad de Agua, Limites du décor, Labyrinthe de Langages, Argot, Diario). En el paisaje sonoro, el lenguaje ya no está en posición dominante. Su situación es inestable. Aun cuando se pliegue al desarrollo del discurso, no es más que una pieza del mosaico. Y el motivo que dibuja está prisionero del cañamazo.

El sonido ya no es la sombra proyectada de la palabra. Es el agua, por ejemplo, que, cargada con sus múltiples modulaciones, determina el goteo de textos y licua las palabras hasta diluirlas. O bien es un ruido de fondo que hace que el discurso sea discordante, desequilibrado por su connotación perversa y que produzca un chirrido semejante al de una polea oxidada, al ritmo de sus espasmos retóricos. Por añadidura, la pancarta verbal (en corte transversal, o como banderola flotante en el curso diegético) aparece rasgada y recortada en enunciados furtivos. Con frecuencia, la cita y la fórmula abren sus comillas y se deshilachan, se desmigajan incluso antes de llegar a ser frases de frontispicio. La palabra coagulada, cosificada, se derrite, como habría dicho Rabelais, y se pierde en sus propios ecos y turbulencias. De vez en cuando se descompone, sacudida, desdoblada (en competencia con sus propias sosias, sus hermanas en lenguas extranjeras), paseada por el espacio y sometida a efectos de claroscuro (gradación de colores, primeros planos), sembrada de palabras ambiguas (palabras-muelle que impulsan, palabras-cerradura que aprisionan) falsos engranajes que descuartizan la narración, desarticulan las proposiciones y arrojan una sombra de duda sobre ellas, asfixiando y atrofiando el sentido. Y en esta cabalgada, las frases se vuelven sobre sí mismas, quedan apresadas en un torniquete, una estructura en espiral, llevadas a veces hasta lo inaudible. Las volveremos a encontrar en otra configuración, alteradas por voces que se quiebran, se tergiversan, se estrangulan en la garganta, o bien pulverizan la palabra para hacer brotar las limaduras sonoras. En esta atomización, los fenómenos brillan como trocitos de mica, la lengua balbucea su alfabeto, entra en estado de expectación: materia en ebullición, desembarazada de sus herramientas argumentales. La lengua está lista para renacer: oyente, a ti te toca ahora hablar, abrir tu propio camino y salir del laberinto.

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(Force in, El silbido del Caballo de Hierro atravesando el umbral del Paraíso). En realidad, lo mejor es renunciar a esas categorías convencionales que son los géneros radiofónicos, y liberar un vasto espacio al que podemos llamar acústico si queremos, donde podrían converger todos los cuerpos sonoros sin jerarquía, al servicio de un proyecto conceptual y artístico.

Sucede que el arte acústico, con toda su exaltación musical, genera hermosos bibelots de inanidad sonora (la expresión está tomada de Mallarmé). Hoy en día, la tecnología permite un refinado trabajo de orfebrería y ciertas alianzas de sonidos parecen flotar en una especie de firmamento ingrávido, sin contexto: como si el arte sólo pudiera construirse con materiales preciosos, una pasta virgen de toda anécdota y de toda referencia a las cosas de la vida, como si los ruidos del mundo, la orquesta humana, debieran quedar excluidos por su trivialidad.

En un espacio liberado, abierto, de la forma más natural se incrustarán fragmentos de lo real. De esta manera...

Me viene a la memoria... el zumbido que brota de un poema de Brecht, arrastrando voces anónimas y vertiéndolas en una lista un poco pomposa de nombres ilustres...

Me vienen a la memoria... voces graves y dolorosas, auténticas, de los emigrados, en medio del traqueteo del tren que los lleva, y también un canto que llega de la calle: el mundo está ahí, atraviesa tu vida...

El artista está aquí, hoy, para dar testimonio de este mundo como totalidad.