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Terre Di Nessuno
O las grietas de la realidad

Alicia Murría

Desde la aparición del arte conceptual lo que, hasta entonces, se había denominado como arte se abre a nuevas formulaciones teóricas y físicas cuyas consecuencias siguen vivas. Nuevos repertorios formales provenientes del ámbito de la comunicación visual y nuevos procedimientos ligados al desarrollo de las tecnologías se alían en esta transformación. Vídeo, cine, radio, fotografía, fotocopias, textos e ilustraciones, técnicas diversas de impresión –más recientemente las tecnologías digitales–, soportes de todo tipo cobran una nueva dignidad y legitimación como medios formalizadores y géneros artísticos, y también una dimensión como documentos; a este repertorio se añaden la performance y todas aquellas manifestaciones vinculadas con el cuerpo. El arte minimal había establecido ya profundas rupturas al privilegiar los componentes conceptuales por encima de los procesos de ejecución que, por vez primera, pasaban a ser impersonales. De otro lado, los planteamientos de Marcel Duchamp se habían convertido en referente respecto a la función y al concepto de autor, contribuyendo a una redefinición del papel del espectador y las condiciones de recepción de la obra de arte. Algo más tarde, el movimiento Fluxus con Georges Maciunas a la cabeza provocaba una nueva inflexión al integrar los medios y recursos musicales junto a los estrictamente plásticos (configurando la trilogía lugar, objeto, sonido). Tanto él como Maxfield, McLow, Flynt, Ono, Paik, Brecht y Vostell, o Cage y Patterson, éstos últimos en un ámbito más estrictamente sonoro, contribuirán a demarcar desde los Estados Unidos y Europa esos nuevos territorios.


Alicia Murría, José Iges y Concha Jerez

Si merece la pena detenerse en trazar un telegráfico (y básico) resumen de este intrincado mapa es para señalar de qué tradición artística se han nutrido los creadores a los que estas líneas se dedican. José Iges se define como un artista cuya escuela ha sido la radio y por ello su marco de referencia es, eminentemente, el arte radiofónico en el cual ha desarrollado un número importante de obras. Sin embargo, a pesar de la popularidad de que goza este medio, muy pocos son conocedores de las posibilidades artísticas que ofrece e incluso, diría, de su existencia. Su formación se enmarca en el campo musical, con un acercamiento muy temprano a la música contemporánea y, en concreto, a la electroacústica. Como compositor se pueden rastrear en su obra influencias diversas: desde el minimalismo –no como filiación directa sino como sustrato– a Fluxus, de donde parte la noción intermedia que ha devenido en eje fundamental de sus propuestas artístico/musicales y con John Cage como figura mayor de ese territorio sonoro. Por otro lado, su concepción teatral del concierto lo relaciona con figuras del arte radiofónico como Luc Ferrari. Pero también los dadaístas, el teatro del absurdo, con Jarry y su patafísica a la cabeza, y Boris Vian se encuentran entre los referentes que han marcado su personal evolución –en la que domina una cierta concepción del artista como prestidigitador– al igual que su irónica visión del mundo. Iges es una personalidad conocida, y reconocida, en el terreno de la difusión de otros creadores, músicos y compositores, por medio de diferentes iniciativas divulgadoras, fundamentalmente los programas radiofónicos en los que ha trabajado, donde uno de sus empeños ha sido el de hacer llegar al gran público la creación musical contemporánea que se mueve fuera de los circuitos estrictamente comerciales. Dicho esto, se entiende que Iges sea una rara avis en el panorama artístico de nuestro país.

No es extraño que la coincidencia con otra artista que trabajaba en una órbita de intereses similares, Concha Jerez, produjese un entendimiento que les ha llevado a trece años de fructífera convivencia creativa. Jerez también contaba con una sólida formación musical y una dilatada trayectoria en la estela del arte conceptual o, mejor dicho, el arte de concepto, como le gusta precisar respecto a su obra, a lo que se suma una formalización objetual que recoge la poética de los materiales del arte povera. Para ella, el acercamiento a Fluxus, sobre todo a través de la figura emblemática del alemán afincado en España Wolf Vostell, marca una inflexión en su trayectoria y otro tanto sucede con Cage. En el ámbito español una relación estrecha le une con los integrantes de ZAJ, sobre todo con Juan Hidalgo y Esther Ferrer, pero también con Nacho Criado y Valcárcel Medina. Desde mediados de los años setenta Jerez comienza su acercamiento experimental a las nuevas tecnologías y a la performance. Las décadas de los ochenta y noventa, en lo que respecta a su producción en solitario, abarcan la instalación –con una personal interpretación del trabajo con el espacio– el dibujo, la palabra, el sonido, el vídeo, la acción y los trabajos intermedia, así como la utilización del texto que adquiere en su obra un peso específico. Todo ello se vertebra en torno a un proyecto conceptual muy elaborado que indaga en temas como el lugar y el no-lugar, el tiempo interior y el tiempo exterior, los conceptos de límite, fragmento, ambigüedad, autocensura, legibilidad –mediante sus escritos ilegibles–, interferencia o memoria.

El interés de Iges hacia un desarrollo de la obra relacionada con aspectos espaciales y específicamente plásticos y el de Jerez hacia el mundo sonoro les conduce a elaborar, desde 1989, un trabajo conjunto y paralelo a sus trayectorias individuales; se suceden así una veintena de propuestas que abarcan los campos de las instalaciones audiovisuales, las performances y los conciertos intermedia o multimedia, las instalaciones interactivas, obras para la Red y piezas de arte radiofónico, que les lleva a trabajar con frecuencia fuera de nuestro país donde algunas de sus obras no se han llegado a conocer.

Por medio de los diferentes textos incluidos en este catálogo/libro se realiza un pormenorizado repaso a las creaciones de Jerez/Iges pero, como introducción, parece necesario trazar una aproximación a la filosofía general desde la cual estos artistas generan su producción. Parten de una mirada crítica al mundo que nos rodea, a la manera en que se estructuran los medios de información, a las formas empobrecidas y manipuladas que se imponen desde los media; la cultura mediática, donde el televisor vende una realidad propia y autónoma, un mundo donde, como señala José Iges retomando las palabras de Ignacio Ramonet: Se tiende a reemplazar la realidad por su puesta en escena. Y, se podría añadir, donde sólo existe aquello que se convierte –que es convertido– en noticia.

Estos son los terrenos en los que incide una gran parte de su trabajo y cuyo diagnóstico resulta poco alentador. Sin embargo, estamos ante un trabajo que establece un espacio de disenso, que hace posible la articulación de la crítica. Y para ello ponen en marcha diferentes mecanismos, siendo el de la interferencia uno de los que ha venido no sólo a ser más frecuente sino que, casi se podría decir, ha caracterizado la mayor parte de su trayectoria. Interferencia visual o sonora, textual o simbólica. Porque en la fractura de los discursos establecidos, en la superposición y en la mezcla, se evidencia la posibilidad de introducir cuñas que doten a esas realidades de nuevos y paradójicos significados. Esas interferencias, como hemos señalado, pueden estar constituidas por elementos sonoros o visuales, entre los primeros encontramos desde fragmentos de discursos oficiales a entrevistas a personas anónimas, ruidos grabados en la calle o procedentes de juguetes y despertadores, pero también la voz humana que lee textos o que emite fonemas sin sentido, transformados en signos que ocupan el espacio –inscripción y descripción– como una representación, a escala, del mundo.

En cuanto a las interferencias visuales, provienen indistintamente de la reunión de imágenes descontextualizadas y de la superposición de objetos de la más variada índole. Muchos de ellos pertenecen a los repertorios de las cosas inútiles de todo a 100, productos kitsch o fragmentos de muñecas; síntesis de la sociedad de consumo, testimonios de su opulencia y de esa estética devaluada que simboliza a su vez la depreciación de la experiencia, su sustitución por una representación vacía. Esa forma de actuar, acumulativa, asume una función de inventario como propuesta narrativa. Inventariar, también, para no olvidar, para luchar contra la desmemoria que se nos impone. De igual modo, la idea de decorado viene a subrayar algunos de los aspectos ya enunciados: la cultura mediática como gran escaparte de lo que se nos vende cada día, y el discurso como parte esencial de ese mismo decorado, poniendo al descubierto sus propias grietas.

Esa ácida crítica de las diversas realidades en que nos encontramos inmersos se ha centrado también en aspectos como el control y la vigilancia. Nos rodean máquinas familiares que por su habitual proximidad se nos presentan como si estuvieran inocentemente desprovistas de intención; hablo ahora de la vigilancia electrónica y su apariencia de seguridad; este tema articulaba una de las piezas más complejas entre las que han llevado a cabo Jerez/Iges. La instalación interactiva Polyphemus´ Eye merece una lectura detenida pues, a pesar de las diferencias, guarda algunos puntos en común con estas tierras de nadie. Sobre aquella obra, presentada en Ars Electronica Festival 97, que hacía referencia a ese inmenso ojo que nos observa desde las diferentes formas de vigilancia electrónica, permanentemente al acecho, señalaban los propios artistas que se trata de: Un ojo impersonal, económico, que es el de los sistemas de vigilancia. Cuando hablamos de un ojo, deberíamos mejor hablar de un solo cerebro viviseccionador alimentado en su toma de decisiones por millares de pequeños ojos y oídos. Por un lado están las casi omnipresentes cámaras de vigilancia; por otro los sistemas de escucha telefónica, hasta los micrófonos diminutos que recogen todo tipo de conversaciones. Y más allá de eso, con el desarrollo de las redes informáticas, nuestro cuerpo y, con él, nuestra actividad pública y privada, aparecen permanentemente deconstruidos y regenerados, al modo de un Frankenstein digital hecho de pequeños fragmentos, de indicios que, naturalmente, pueden ser usados en contra nuestra. La selección indiscriminada de datos sobre los ciudadanos destruye un derecho inalienable como es la privacidad, señala los límites de la libertad, se convierte en factor de criminalización extendiendo la sospecha bajo el manto de la disuasión.

En Polyphemus´ Eye, ese ojo escrutador se convertía en una mirilla mediante la cual el espectador se transformaba en voyeur. Paralelamente, una cámara grababa sus movimientos y los trasladaba a un monitor que era, al mismo tiempo, aquello que él estaba realmente observando. Otra cámara enviaba permanentemente imágenes a Internet de lo que allí sucedía, haciéndose efectivo ese control telemático. Desde la Red se podía intervenir en un foro de discusión sobre el tema. En otra gran pantalla se veían imágenes tomadas por cámaras de seguridad en diferentes ciudades europeas mezcladas con las de los propios espectadores; los asistentes podían dirigir ellos mismos las cámaras o grabar las conversaciones que se producían en el primero de los espacios. El devorador de privacidad se convertía a su vez en devorado por la mirada y la escucha de los otros. Se daba de esta forma una vuelta de tuerca que transformaba al espectador en elemento integrado dentro de la propia obra.

En la más reciente instalación interactiva, Net-Ópera (que es también un trabajo diseñado para la Red), se lleva a cabo un recorrido a través de algunos de los temas centrales para Jerez/Iges. Aparecen reunidas imágenes de ruinas, desplazamientos de poblaciones, guerra, etc., entresacadas de las noticias diarias que se diluyen, fantasmales, en esas otras imágenes de la superficialidad, el lujo, el exceso que conviven junto a las anteriores de manera natural y son presentadas de forma similar a como se difunden cotidianamente. La idea de mezcla de fragmentos de las diferentes realidades pasaba a cobrar una nueva dimensión, ya que el propio espectador, a través de una serie de sensores, podía interactuar en el espacio expositivo con ese sinfín de capas o representaciones de lo real.

Y llegamos a Terre di nessuno, un proyecto que sintetiza sus actuales intereses y recoge aspectos que ya habían aparecido en momentos anteriores aunque su enunciación contenga, tanto visual como conceptualmente, formulaciones nuevas como nuevo es también el proceso llevado a cabo en el terreno de la tecnología y que consiste, esencialmente, en una especie de intranet multimedia que articula los equipos de vídeo, sonido, luz, etc., y que permite al visitante, a partir del momento en que cruza el umbral, interactuar y/o alterar el desarrollo de la exposición. La idea borgiana de laberinto se mezcla con la imagen de un juego conocido por casi todos, el parchís; elegido por su especificidad como juego territorial y cuyas reglas son continuamente alteradas introduciendo un factor desorientador en quien intenta buscar puntos de referencia en cada una de las diferentes instalaciones y en el recorrido entre ellas.

Este edificio tecnológico no se ha construido para ser visitado a la manera de una exposición tradicional ya que, lo que en las diferentes zonas sucede, es el resultado tanto de las acciones, movimientos y opciones de cada espectador/participante como del número de ellos que coincida en cada momento e, igualmente, de quien quiera intervenir con una simple llamada telefónica. Las actuaciones tienen consecuencias tanto en el espacio real como virtual, en la Red, territorio al que la exposición se expande. Allí Terre di nessuno habrá vivido una vida previa, una paralela en contacto con la exposición y una etapa posterior.

Lo que el visitante encuentra en su recorrido físico son espacios diferenciados e interconectados entre sí en los que confluyen proyecciones de vídeo que nos ofrecen imágenes de muy diverso signo, fragmentos a modo de collage del presente; sonidos panoramizados donde se pueden escuchar residuos de discursos oficiales, falsos himnos patrióticos –himnos rotos–, retazos de conversaciones; guiños cómplices, como las banderas inventadas, figuras entresacadas de la Comedia dell’Arte, espejos que nos introducen en esas otras realidades (de nuevo Borges) o que las desdoblan hasta el infinito, columnas interrumpidas que nada soportan, luces que en lugar de alumbrar nos ciegan y un repertorio de noticias reales junto a otras falsas donde ese juego territorial hace de hilo conductor, sólo que en vez de orientarnos con unas reglas conocidas de antemano nos desorienta con unas normas alteradas; y somos nosotros quienes activamos a nuestro paso dispositivos y sensores que ponen en marcha un mundo inconexo de infinitos pliegues en el que incluso una llamada de teléfono puede crear nuevas situaciones visuales, sonoras o de los mismos textos que se nos ofrecen.

Más allá de la experiencia sensorial y perceptiva que se vive en la sala mediante la imagen en movimiento, el sonido y la luz, la exposición aborda y disecciona –utilizando, entre otros mecanismos de aproximación, el mundo de los medios de comunicación– lo que se denomina como tierras de nadie: espacios discontinuos, desregularizados, debido a los cambios de reglas o a la ausencia de una reglamentación precisa, ya sean espacios reales o virtuales, y que en consecuencia handevenido espacios inhabitados pero que, por esta misma razón, pueden transformarse en auténticas reservas de significación sin inventariar.

Un terreno agrietado donde se da la posibilidad de generar, de inscribir, nuevos discursos.